La dulce travesía de una madre
Escrito por: Meagan Sheikh
3 minutos de lectura
febrero 10, 2016
Recuerdo la llamada telefónica con bastante claridad. Era un viernes por la tarde, y yo estaba contando las horas para el baby shower que sería ese fin de semana.
Recuerdo la llamada telefónica con bastante claridad. Era un viernes por la tarde, y yo estaba contando las horas para el baby shower que sería ese fin de semana. Sentí esas molestas vibraciones en mi bolsillo, y para la tercera serie de vibraciones, sabía que algo estaba mal. Yo tenía razón, mi médico estaba llamando para informarme que desgraciadamente había fallado en la prueba de tolerancia a la glucosa. Hice todo lo posible para no desmoronarme hasta que la llamada telefónica terminó. Lloré más que nunca. Me sentía como fracasada. Sin saberlo, había creado un ambiente tóxicamente dulce para mi hijo en crecimiento. Me dejaron salir del trabajo un poco más temprano para que pudiera comenzar la búsqueda para reunir todos los materiales para la diabetes que iba a necesitar.
Por búsqueda, me refiero a varias farmacias, llamadas telefónicas y un total de cuatro horas con el fin de juntar con éxito todas las piezas. Me senté en el auto, de camino a Tulsa, con un montículo de lancetas y tiras de prueba, mientras las lágrimas caían por mi rostro. El equipo en sí no era abrumador; soy enfermera, y generalmente lo utilizo con mis pacientes, pero la preguntas sobre situaciones hipotéticas comenzaron a invadir mi mente. Ese fin de semana, hice todo lo posible para ocultar mi diagnóstico. No voy a mentir, me daba vergüenza. Hay desafortunados estigmas con respecto a la diabetes. Culpaba a mi vejiga de embarazo por los múltiples viajes al baño, pero en realidad, lo que hacía era revisar mi azúcar en la sangre.
Ese lunes siguiente, tuve una visita de seguimiento en el consultorio de mi doctor. Todo el mundo me decía: «Podrás controlar el azúcar en la sangre con dieta y ejercicio.» Bueno, yo no podía hacerlo, y me sentí como si le hubiera fallado a mi hijo, una vez más. Al principio de mi embarazo, yo estaba derramando glucosa en la orina, pero controles rápidos de azúcar en la sangre indicaban que todo estaba bien. Mi médico no entendía por qué tenía diabetes gestacional. No subí nada de peso durante el embarazo, comía bien y era físicamente activa. Me recetaron inmediatamente metformina e insulina. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para mantener esta dulzura bajo control.
Nuestro hijo estaba bajo control por una perinatóloga. Ella se dio cuenta de que yo no encajaba en el molde típico para una persona con diabetes gestacional. Me recomendó que me hiciera la prueba de anticuerpos que se encuentran comúnmente en personas con diabetes tipo 1. Levanté una ceja porque pensaba que sólo los niños podían sufrir de diabetes tipo 1. Todavía me aferraba a la idea de que una vez que Jacob naciera, la diabetes gestacional se iría.
Una de las ventajas de un embarazo de «alto riesgo», fueron las Pruebas sin Estrés dos veces por semana. Me conectaban a un monitor durante al menos 15 minutos, y se necesitaba que Jacob tuviera un cierto número de aceleraciones de latidos del corazón. Estos momentos fueron tan especiales para mí. No todas las mamás llegan a escuchar los latidos del corazón de su bebé cada semana. Le hablaba a Jacob; escuchábamos música. Sé que no lo va a recordar, pero seguramente yo sí lo haré. Compensaba por todos esos días de niveles de azúcar en la sangre de miedo, los controles estrictos de la dieta y las múltiples inyecciones de insulina.
Nuestro hijo nació el 1 de enero del 2015, pesando sólo 7 libras y 5 oz. Por precaución, sus primeros días los pasó en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales, pero nuestro bebé estaba sano. Después de su nacimiento, di positivo para los anticuerpos de la diabetes tipo 1, pero tuve una luna de miel por unos pocos meses. Sin embargo, con un nuevo bebé, una mudanza a distancia de medio país, y el inicio de un nuevo trabajo, acabaron con mi páncreas. Empecé de nuevo con la insulina, y gracias a una generosa endocrinóloga, poco después, tuve la oportunidad de comenzar a usar una bomba de insulina integrada con Dexcom.
Mi hijo me ha enseñado a ser paciente conmigo misma. Nadie espera que un niño de 1 año de edad sea paciente con su mamá. Sus ojos curiosos me ven con paciencia, mientras que sus rechonchos deditos abrazan mis piernas mientras compruebo mi nivel de azúcar en la sangre o me trato por un bajón de azúcar en la sangre, tratando con todas mis fuerzas de cuidarme. Él me ha enseñado a pedir ayuda, especialmente en los días en que la diabetes toma lo mejor de mí. Hago todo lo posible para no ocultar mi diagnóstico de él. Creo que el miedo a lo desconocido sería mucho más aterrador. Sé que mi hijo no lo entiende en este momento, pero me salvó la vida. Él me dio vida, ya que sin este embarazo, no habría descubierto este diagnóstico hasta que ya se hubiera producido mucho más daño.
Al final de cuentas, he aprendido a trabajar a través de mis emociones en lugar de que me consuman. Encuentro alegría en algo más que en un gran pedazo de torta. Confía en mí, hay mucha dulzura por ahí, sólo hay que estar dispuestos a encontrarla.
Autor
Meagan Sheikh
Meagan Sheikh vive en Athens, Georgia, con su esposo, Osman, su hijo, Jacob, y dos perros, Zoe y Thunder. Ella es enfermera de profesión, pero en su tiempo libre le gusta investigar sobre otras culturas y religiones, y le gusta escribir. "La diabetes tipo 1 ha traído tantas experiencias y relaciones positivas a mi vida, que no me podría imaginar la travesía de mi vida de otra manera". Visita su blog en http://1dropmeaganjeanine.blogspot.com/ para compartir su travesía mientras trata de tomar la vida, 1 gota a la vez.
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